martes, 17 de mayo de 2011

Mi hermano Lionel



A veces mi computadora me gana en el ajedrez, pero no puede hacerlo en kick boxing. Lo mismo va para mi perdido hermano Lionel y su Nintendo 64 cada vez que juega FIFA ’98.

Mi hermano mayor y yo fuimos muy amigos al crecer. En medio de combates interminables de juego amistoso y bufonerías de hermanos, nosotros mismos nos metimos en todo tipo de problemas y pasamos el tiempo de nuestra vida haciendo esto Mucho antes que YouTube y Facebook brillaran en los traviesos ojos de la tecnología. Nos trepábamos a los árboles, jugábamos a la pelota, montábamos bicicletas, capturábamos ranas, construíamos fuertes, cavábamos en el jardín de Mamá, jugábamos baseball, rompíamos ventanas, hacíamos travesuras, perseguíamos autos, lanzábamos fuegos artificiales, escupíamos las semillas de las sandías, cantábamos canciones alrededor de la fogata, comíamos gusanos, usábamos votas de vaquero, y finalmente, organizar y/o participar en todas las formas de payasadas de verano.


¡Oh hombre, los recuerdos no se acaban! Salíamos a escondidas en la noche y tirábamos hojas en la piscina del vecino, nos disfrazábamos como personajes de la Biblia y montábamos motocicletas alrededor del barrio gritando mandamientos y animando al máximo con nuestros pulmones mientras nuestras túnicas de santo se ondulaban  y arrastraban salvajemente detrás nuestro. Solíamos llevar nuestras bicicletas para dar saltos y lográbamos tres pies de altura; nos llevábamos los palos de los clubes de golf de Papá y nos subíamos a la azotea durante las tormentas luminosas y veíamos quién podía sostener más tiempo el hierro nueve. Mamá y Papá querrían revolear sus ojos y suspirar melodramáticamente (de una forma amorosa) y solamente  criticar,, “¡Los chicos siempre serán chicos!”.


Lionel y yo fuimos los mejores amigos… hasta el accidente.

Verán, cuando yo era un joven estudiante de primer año, impresionable, en la secundaria hice la prueba para ingresar al equipo de fútbol y (para horrible sorpresa de todos) fui elegido como mariscal de campo. ¡Crecer en un pueblo pequeño es taAaAan genial! Teníamos que ponernos las viejas hombreras con moho y fracasar a lo largo del campo, lanzábamos los balones al aire y nos dábamos puñetazos mientras el réferi estaba en el baño. Hacíamos flexiones de brazos y contábamos hasta diez con la voz ronca casi masculina de la pubertad;  nos azotábamos maliciosamente con toallas y hablábamos de cosas realmente desagradables como colchones podridos; ¡y quemábamos termitas con lupas! Esos eran los días…

Lionel y yo continuamos siendo mejores amigos (como hermanos) y la vida parecía fluir como un espeso río de miel fundida.

En un pre-partido un viernes en la noche, Owatonna estaba a punto de superar a Rochester y yo estaba paveando arriba y abajo del campo, girando en volteretas perfectas, guiñando a las gradas repletas de chicas lindas y ocasionalmente parpadeaba a la velocidad de la luz, “pulgares arriba” de mala gana a las congregaciones, irritando. Yo era joven, confiado, llevaba una camiseta con la palabra JOVEN estampada en la espalda… la vida era buena.


El descalzo pateador de Rochester dio un paso fuera de sus zapatos, preparándose para la patada de despeje. El silbato sonó como una trompeta de plata desde el Cielo y de repente la hinchada pelota  estuvo en el aire.

Recuerdo que les gritaba a mis compañeros de equipo en medio de la multitud rugiente: “¡Tómenlo con calma chicos, ¿de acuerdo?” Inflé el depósito de mi pecho como un gallo orgulloso y anduve por el campo con mis flacos puños elevados como antenas hacia el cielo. El aire estaba eléctrico. Las gradas estaban a punto de explotar, toda la gente se encontraba de pie, y todas las miradas estaban clavadas en mí. El balón navegó a través del aire como un misil ruso, destinada perfectamente hacia mis musculosos brazos abierto a lo ancho como un padre dispuesto a aceptar a su hijo pródigo. Mis compañeros de equipo gruñían alentando desde la banca; un mar de atractivas mujeres gritaba, y se desmayaba teatralmente; el sudoroso grupo marchando miraba con genuino asombro; e incluso los chicos de la venta de hotdogs en el estacionamiento dejaron de contar el dinero en su delantal para ver la asombrosa captura que yo estaba a punto de ejecutar.

Este iba a ser un momento perfecto, material real de portada. Tenía la esperanza de que los periódicos locales y sus dulces Cánones estuviesen preparados como cobras listas para atacar. Volteé una última vez y la afición local se iluminó con los pulgares hacia arriba y una sonrisa de brillantes dientes blancos; ¡este fue el que iba a ser el momento más definitivo de mi vida entera!



Volví mis ojos de águila hacia el balón en el aire, y de repente sentí un enfermizo dolor de angustia retorciendo mi estómago. No estaba ahí. El fútbol. Las luces del estadio golpeaban el campo como napalm ultravioleta, quemando mis retinas. Mis ojos no podían enfocarlo… No podía localizar el balón.


Intenté mantener mi atractivo ante dos mil personas observando pasmadas, en suspenso y silencio, con todos los músculos tensos. Sentí que mi segura carrera juvenil desfallecía, vacilante y con lentitud hacia una penosa caminata. Mis ojos ardían como fuego, desconcertados por las luces del campo, mis sentidos se tambaleaban por mi incapacidad de identificar el precioso proyectil de cuero que venía hacia mí con la velocidad de un rayo. Mis piernas voltearon con la dificultad de un astillero de hierro, extendí mis brazos como fideos empapados y mis hombreras se transformaron en la masa equivalente a un elefante muerto sobre mi espalda. Esto no fue bueno.

De repente todo se convirtió a HD. Mi mente se despojó de todo pensamiento, como un edificio evacuado. Mi mundo giraba a una velocidad reducida hacia una lenta tasa de rotación. La escena se reproduce frente a mis ojos en aproximadamente cuatro cuadros por segundo. Mis grandes ojos como platillos se trasladaron hacia la multitud inmóvil y allí estaba él.



Mi querido hermano Lionel, vestido con pantalones turquesa de chándal (con elásticos alrededor de los tobillos) y un sombrero amarillo de plástico encima de su cabeza, llevaba una de esas divertidas y grandes manos de espuma con el dedo índice elevado, gritaba algo a todo pulmón. Su boca se movía de arriba a bajo en cámara lenta, yo entrecerraba mis ojos y lentamente entendí las palabras “¡MIRA ARRIBA, IDIOTA!”.

Un deprimente momento de terror cayó sobre mí como cascada antes de la monumental explosión.

¡BOING!

Naturalmente, nunca vi qué fue lo que sucedió exactamente, pero las historia vivida sería contada cien veces a través de mis años de secundaria y en mis veinte. Aparentemente, la pelota de cuero fue disparada por el aire a través de la atmósfera como un armazón desde un mortero airado. Navegó a través del cielo a lo largo del campo y rebotó en la parte superior de mi casco. Bullzeye! [¿?] Me di vuelta como mareado y caí sobre mi rostro. La multitud se impactó, no sabían si debían llorar o reír. Lo maravilloso acerca de toda esta historia es que no recuerdo nada de lo que sucedió tras ese suceso porque, por supuesto, quedé inconsciente y debí ser llevado en una camilla con ruedas rechinantes… en frente de TODOS.

Podría escribir centenares de blogs acerca de lo embarazoso que fue aquel día, pero el punto aquí es que Lionel siempre ha sido un gran hermano para mí. Durante aquella fatídica noche él intentó de todas maneras obtener mi atención y advertirme del inevitable desastre, y aunque sus advertencias fueron dejadas de lado hasta el último instante, todavía estamos hablando acerca de “lo que cuenta”, ¿estoy en lo correcto?

Todo esto debo decir — Aprecio TANTO a mi querido hermano Lionel porque no importa qué, él siempre está aquí para mí… y a veces está llevando sus pantalones turquesa y su amarillo sombrero de plástico.

Y hablando seriamente, ¿Qué más podrías pedir de un hermano?

Esto se ha publicado el martes 17 de mayo en el blog oficial de Owl City... y al fin, luego de tanto trabajo, logré traducirlo completo.

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