Hoy ya estamos a 26 años de un accidente que marcó un antes y un después en la historia de la aeronaútica, y más aún en la de los transbordadores espaciales. Ya deben saber de qué estoy hablando, del Challenger.
El transbordador espacial Challenger realizó su primer lanzamiento el 4 de abril de 1983, y ese mismo año cumpliría dos misiones más.
Al año siguiente, en 1984, tendría 3 misiones más, y sólo fracasaría en una.
En 1985 volvería a tener tres misiones.
Finalmente, en enero de 1986 despegó para cumplir lo que sería la primer misión de aquel año, y 73 segundos después explotó en medio del cielo, al parecer a causa de un fallo en la junta tórica del cohete impulsor (cuya función es la de mantener estancadas sustancias líquidas).
Sus siete tripulantes (Francis "Dick" Scobee, Michael J. Smith, Ronald McNair, Ellison Onizuka, Gregory Jarvis, Judith Resnik y Christa McAuliffe) terminaron sin vida. Pero las investigaciones indican que no murieron en la explosión, ya que la cabina fue lo único que quedó intacto tras la conflagración, y aunque sí habrían quedado inconscientes, finalmente murieron al estrellarse contra el océano, un impacto que la cabina ya no pudo resistir y se desintegró, así como los 7 tripulantes.
Aquella última misión, numerada como STS-51-L, tenía como objetivo principal poner en órbita los satélites TDRS-B y SPARTAN-Halley.
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